domingo, 21 de septiembre de 2008

Rafa Nadal y yo queremos aprender

Este es el título de uno de los artículos escritos por Javier Martínez Aldanondo y publicados en Learning Review Latinoamérica, que he encontrado cuando investigaba cómo basar el aprendizaje en el cambio.

Aunque sus artículos están más bien orientados al mundo empresarial, podemos aprender mucho de ellos.

El artículo que anuncio en el título comienza con una pequeña anécdota sobre Rafa Nadal: el tenista, después de perder un partido contra Federer, reflexiona, se compara con él y busca estrategias para mejorar.

También nos cuenta cómo él mismo desaprovechó un curso formativo sobre una nueva herramienta de trabajo (un nuevo modelo de teléfono). No supo entender la importancia hasta que tuvo la necesidad de usarla y sufrió la frustración de no poder/ no ser capaz.

Las reflexiones que Javier desarrolla a partir de estas dos historias son puras perlas:

Aunque pueda sonar obvio, para aprender hay que QUERER aprender. Los que nos dedicamos a la formación creemos erróneamente que nuestros alumnos quieren aprender lo que les queremos enseñar. Sin embargo, las personas aprenden lo que necesitan y cuando ellas lo necesitan, y no necesariamente lo que nosotros queremos que aprendan cuando nosotros lo decidimos por ellas. Esa evidencia tan simple explica gran parte de las frustraciones relacionadas con las inversiones que hacemos en formación, y la escasa rentabilidad que obtenemos de ellas.

El aprendizaje busca modificar conductas (que las personas sean capaces de hacer cosas que antes no eran capaces de hacer), y sabemos que no hay nada más difícil por una razón: exige cambiar. Para cambiar hay que aprender y para aprender hay que cambiar.

La primera pregunta es ¿qué tiene que ocurrir para que alguien quiera aprender? ¿Por qué va a querer cambiar comportamientos que le funcionan perfectamente y le permiten manejarse con tranquilidad en el mundo donde vive cómodo y seguro?

Existe una respuesta que nunca es tenida en cuenta en los procesos de construcción de conocimiento: se tiene que dar cuenta que necesita aprender y esto sucede sólo de una manera: cuando su estrategia, su forma de hacer las cosas no le da los resultados que esperaba, y por tanto ya no le sirve.

¿Cuándo sucede esto? Una palabra tabú lo resume bien: el error. Equivocarse es el elemento fundamental del aprendizaje y la única fuerza capaz de provocar un cambio de paradigma en las personas. Los seres humanos son una colección de expectativas. Cuando tus expectativas fracasan, estás preparado para entender qué debía haber pasado, que pasó y cómo te lo explicas (reflexión en base a experiencias previas), y quién te puede ayudar a entenderlo (experto) y cómo modificas tus creencias para que la siguiente vez los resultados sean satisfactorios y no te sorprenda. Es decir, estás dispuesto a aprender.

Para aprender, hay que darse cuenta de que no sabes (aunque reconocer la ignorancia está muy mal visto). El mecanismo clave para lograrlo es desestabilizar al alumno (provocarle un conflicto/quiebre/error/fracaso de expectativas - predicciones). El error es el disparador que pone en marcha automáticamente el proceso de aprendizaje (no consigo llamar por teléfono y necesito aprender para alcanzar mi objetivo) .

Yo estuve dispuesto a aprender a usar el nuevo teléfono cuando traté de hacer una llamada (y fracasé) pero no cuando se hizo el curso.

Cada vez que vaya a diseñar o impartir un curso, pregúntese si es lo que los participantes necesitan para hacer mejor su trabajo, si les será útil e inmediatamente aplicable y en definitiva si van a querer aprender lo que les va a presentar. Y pregúntese, sobre todo, cuántos errores quiere que cometan sus alumnos y cómo los va a provocar. Si tiene dudas, no pierda dinero y tiempo y no se lo haga perder a ellos.

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